jueves, 25 de mayo de 2017

El Espejo
En la casa de mi tía hay un espejo manchado.
-¿Por qué ese espejo está manchado? Le pregunte
Ella me dijo:- que era muy antiguo.
 -¿Y por qué no lo cambias por un espejo nuevo? Le volví a preguntar pregunté.
-Porque le pertenecía a mis tatarabuelos. Tiene mucha historia, No podría deshacerme de él. Me respondió
Comencé a mirarlo más detenidamente.
-No te mires mucho en ese espejo. dijo la tía.
- Tu abuelo nos tenía prohibido mirarlo.              
 -¿Por qué? Pregunté con curiosidad.
-No conozco el porqué pero tu abuelo nos dijo que por culpa del espejo nunca monto un caballo. Y a él le encantaban los caballos.
Decidí no hacerle caso y continuar investigando. Me miré. Hice muecas. Saqué la lengua. El espejo devolvía una imagen deformada. Volví a mirarme. Yo no parecía tener diez años, sino más de dieciséis. Era mucho más alto. Mi cara era más delgada, mi pelo estaba más largo y hasta vestía de otra manera.  Dije: -“Hola” y el sonido que me devolvió fue grave y profundo. No era mi voz actual. Recordé inmediatamente la charla con Juan, mi amigo, cuando nuestros padres no nos dieron permiso para salir. Los dos nos dijimos:
-“ Cómo nos gustaría ser grandes para poder ir solos al cine”. ¿Sería este un espejo mágico?
 Le conté a Juan y  él, a quien le gustaba todo lo que estaba rodeado de misterio, me pidió ir a verlo. Nos paramos como estúpidos, acercando nuestras narices contra el vidrio, hasta empañarlo con nuestro aliento. Al alejarnos, el espejo nos devolvió una imagen nuevamente deformada. Yo estaba igual que ayer, pero vestido diferente y Juan era más alto que yo. Tenía el cabello teñido con un mechón verde y usaba una campera negra de jean. Nos reímos mientras observábamos nuestro aspecto desaliñado. “¡Habla!”, le dije a Juan. El preguntó: -¿Cuantos años tengo? El espejo devolvió la misma pregunta con una voz áspera y ronca. Juan se quedó mudo por el asombro. De pronto, apareció mi tía y nos mandó cada uno a su casa: -¡Basta de perder el tiempo con eso. Tengo que salir y ya es hora de que preparen las tareas para el colegio!
Al otro día solo estuvimos pensando en el espejo. obiamente tenía propiedades mágicas. La duda de Juan era conocer la edad que teníamos en la imagen representada y quería volver a la casa de mi tía a toda costa. Ella trabajaba todos los días y yo iba de visita de vez en cuando.
A la semana siguiente, ya Juan había ideado algo. Mi tía se extrañó de vernos otra vez a los dos. Nos apuramos a tomar la leche y nos sentamos juntos frente al espejo. Hicimos el mismo ritual de acercar nuestras narices, para luego alejarnos a cierta distancia. Esta vez estábamos vestidos con otra ropa. Juan dijo: ¨tengo diez…años¨ y el espejo respondió “Tengo diecisiete años”. Nos miramos asombrados y contentos. Habíamos logrado conocer la edad representada en el espejo.
Mientras caminábamos por la vereda, nos preguntábamos qué nos gustaría hacer cuando tuviéramos esa edad. Juan era fanático de los aviones, y tirarse en paracaídas era su sueño. Yo pensaba que a esa edad tal vez mi papá me prestaría el auto y no bien llegó del trabajo le pregunté:
 -¿Papá cuando yo tenga diecisiete años, vos me vas a prestar el auto?
 Mi papá me dijo que sí. -Si sacas el registro a esa edad, te lo presto.
Pero ahora falta mucho para eso.-! Mira la pregunta que me haces!
Las clases terminaron, nos fuimos de vacaciones y pasamos el verano despreocupados, disfrutando de la arena y del mar. Cuando nos reencontramos nuevamente en el colegio, enseguida planificamos una visita a la casa de la tía.
-¡Otra vez los dos! ¿Vienen a verme a mí o al espejo? Preguntó.
Los dos corrimos hacia el espejo e iniciamos nuestro ritual. Al alejarnos el espejo devolvió una imagen que nos heló la sangre. Juan estaba en una cama de hospital, con una venda manchada de sangre en la cabeza y los ojos cerrados. Le salían cables y tubos en todas direcciones. Un aparato le sostenía una pierna en lo alto. Parecía un accidentado. Salimos corriendo cada uno para su casa pensando en qué podría haber pasado.
Recién pudimos volver en dos semanas. No nos importaba el bizcochuelo que mi tía había preparado ni la leche. Solo queríamos mirar el espejo. Esta vez no pudimos vernos juntos. -¿Qué habría sucedido? Decidimos enfrentarlo de a uno por vez. Primero se fue Juan. Tenía los ojos abiertos pero parecía perdido. Seguía en la cama de hospital, pero sin tantos cables. Por lo visto había mejorado. Luego yo. Mi imagen era triste: con los ojos vidriosos y enrojecidos. Estaba vestido con saco y corbata como si hubiera perdido los beneficios de la adolescencia para asumir responsabilidades de la adultez. Me levanté, confundido y nos fuimos imaginando mil historias posibles.

Pensamos que ese espejo en lugar de ser mágico era maldito. ¿Qué sentido tenía querer saber cómo seríamos a los diecisiete años?  Nada nos aseguraba que ese espejo nos reflejara el futuro real. Todas esas imágenes podrían ser engañosas. Pero por las dudas le hice prometer a Juan que jamás se tiraría de un paracaídas.